—Buena suerte. John, Katie, Paul
—los nombró uno a uno reposando su mirada en cada uno de ellos—. Tened cuidado,
como ya sabéis tenéis todo lo que necesitáis en el ala oeste de la nave. Nos
mantendremos en contacto.
Y con estas palabras de despedida
por parte de Leonard, los tres tripulantes se introdujeron en la nave.
—Prácticamente es enviarlos a una
muerte segura, no podrán hablar con la Tierra una vez hayan cruzado —dictaminó Eric una
vez más, en voz baja y con un tono tembloroso.
—Las cartas están echadas, ya es
demasiado tarde, además, son expertos, pueden hacer aterrizar una nave… no te
preocupes —trató de tranquilizarlo el profesor.
—Eso espero —respondió su más prometedor
alumno.
<<Eso espero>> Pensó
para sí.
Millones de milenios más tarde entre
los restos fósiles de un mamut adulto se hallaba un extraño artefacto con forma
de huevo, cadáveres humanos y restos de piezas de una aleación poco común.
<<Qué raro>> Pensó
Diana, una chica de pelo castaño claro que lucía una gorra blanca, una camisa
de tirantes de color verde turquesa y unos vaqueros que tapaban una parte de
sus botas de montaña marrones.
No sabía si llamar a Eric su antiguo
novio con el que ahora mantenía una relación de pura amistad o si dejarlo en
manos de sus superiores. Al final optó por la primera opción.
Hacía tanto sol que decidió hacerse
una coleta antes de desenterrar nada más. Sacó su pincel, un martillo y un
cincel del estuche y empezó el cuidadoso trabajo de extracción.
Unos días más tarde un pesado paquete
cuyo remitente era Diana llegaba al piso de Eric. En su interior se encontraba
un extraño huevo metálico, dos pares de dentaduras (lo que quedaba de ellas), y
un trozo de metal oxidado.
Eric examinó el hallazgo que su
amiga le había enviado con detenimiento. Optó por mostrárselo a Charles, un
hombre cuyo pelo canoso empezaba a trepar por su oscura cabellera, un aspecto
algo huesudo pero sano. Se trataba de su profesor de ciencias. Un hombre muy
cultivado.
—E-404… qué curioso, parecía
imposible que… ¡oh!... fascinante... —farfullaba Charles mientras sostenía en
su laboratorio el extraño huevo.
— ¿De qué se trata profesor?
—preguntó con mucha curiosidad Eric.
— No te sabría decir con exactitud
pero me parece que esto es tecnología de nuestro tiempo —conjeturó Charles.
—¿De nuestro tiempo? —Eric se había
quedado atónito—pero eso es imposible…
—Yo también estoy sorprendido hijo,
seguro que dentro de este artefacto hay algo importante, tenemos que descubrir
qué es y cómo ha llegado hasta aquí.
Un mes más tarde encontraron la
forma de abrir el Huevo E-404.
<<Imposible, todo era cierto,
todas mis suposiciones… >> Charles estaba realmente fascinado. Tenía un
gran poder en sus manos. Toda la información de lo que ocurrió hace millones y
millones de años.
—Qué raro…
—¿Qué ocurre profesor?
—Según los últimos datos de estos
informes dice que tres tripulantes subieron a la nave.
—¿Tres? De tal forma que uno de
ellos está por ahí fuera, en algún lado vagando…
—Exactamente hijo. Pero además hay
algo más, un código ilegible para mí. Quizás tú puedas descifrarlo.
— ¡Qué honor profesor!
Eric se encerró en su estudio y se
puso a examinar ese trozo de código durante unos días.
—Sorprendente —se decía para sí
mismo Eric en voz baja.
Había dado con algo en lo que él mismo
estuvo trabajando años atrás, un código que sólo él conocía y podía
desencriptar. Pero eso ya era más que imposible. Él jamás había llegado a usar
su código secreto y tampoco había visto nunca ese extraño huevo. Todo parecía
indicar una verdad de la que no estaba seguro poder aceptar.
<<Todo se está repitiendo una
y otra vez>>
Según sus conjeturas el universo
debía de nacer en un momento dado y expandirse cada vez más y más hasta llegar
al nivel de entropía cero del mismo. Es decir, ausencia total de movimiento
molecular, un orden perfecto, perfecto y muerto. Un equilibrio eterno.
No pudo resistirse a contar sus
hallazgos al profesor Harlan.
Charles no se sorprendió al escuchar
las palabras de su discípulo, ya se lo olía. Le propuso una explicación ante
tal evento:
—Imagina una onda estacionaria. Una
línea que es curva, estable con el mismo período y amplitud de onda.
—Sí —asintió Eric mientras
visualizaba en su mente a dos niñas con una cuerda agitada por una de ellas
hacía arriba y hacia abajo.
—Ahora supón que una partícula que
hiciera las veces de cada uno de los nodos de la onda se metiera a través de
una sábana denominada Tiempo y de otra que está debajo de ella denominada
Espacio. Y a posteriori volviera a salir al cabo de un cierto período.
— ¿Me estás tratando de explicar que
esa partícula de la onda es capaz de rasgar el tejido espacio-tiempo cada X
tiempo y que a raíz de dicho fenómeno se crea un universo?
—Veo que te he enseñado bien —Charles
sonrío y Eric por acto reflejo también.
—Precisamente todo ocurre
exactamente igual en cada universo. Eso tiene que ver con que la onda es
exactamente la misma, por eso la dispersión del espacio es idéntica en todos
los universos que se crearon. Y estoy seguro de ello porque de otra forma no
habría podido acabar la nave en la Tierra. La probabilidad de que haya sido algo
causal es mínima por no decir nula. Además de que en los informes constan el
mismo número de planetas en su galaxia y con la misma distancia. No cabe duda.
Como si una gota de agua cayera periódicamente en el espacio del lago.
—Pero… ¿qué hay del ser humano? Él
sí puede cambiarlo todo. Estos dos tripulantes y el tercero que aún
desconocemos nos han demostrado que han ocurrido cosas diferentes. La guerra
del siglo XXIII la ganó el general Leng y no Hee. La dictadura de…
—Menudo universo, todo era tan
diferente entonces… —le cortó Charles—técnicamente las neuronas, así como los
planetas, están predestinados a ir a un sitio en concreto en un tiempo
determinado pero si una idea o información que no debería existir entra en la
mente de una persona todo puede cambiar.
Por Elghor
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