miércoles, 15 de julio de 2015

Carlota

No podía ser; pero sí era. A dos metros estaba caminando la mujer que me hizo ser sumiso textual cierta madrugada. Estaba casi seguro de que era ella aunque eso fuese completamente imposible. ¿Cómo explicarlo? Melena negra bailando libre, camiseta blanca de las que sugieren hombro como reclamo principal y falda rojo a juego con sus labios, provocativa en las zonas que a ella le interesa y discreta en lo que no me concierne por ahora. Sabe cómo atraer mi mirada y a dónde dirigírmela.

Aumento el ritmo para pillarla aún a riesgo de parecer un acosador, le acaricio el hombro.
Tan pronto se paró el ritmo de mis pies aumentó el del nódulo sinoauricular.
-"¿Carlota?"
Una mujer voltea la cabeza. Se baja ligeramente unas gafas de sol negras con bordes blancos y me penetra unos segundos con la mirada. Muy fríamente y casi sin pestañear me acusa en un tono algo elevado:
-"¿A qué juegas?"
La gente se nos queda mirando, algunos pasan de largo, otros permanecen... por el morbo seguramente. Yo me quedo paralizado. No sé qué cojones hacer en este momento. La vergüenza y la desilusión me gritan que salga de ahí, que me dé la vuelta y me pierda entre la gente.
Estaba mirando de forma distraída a mi alrededor cuando por el rabillo del ojo detecto que la mueca de su cara cambia drásticamente para convertirse en una amplia sonrisa, casi sin darme tiempo a reaccionar ella se abalanza sobre mí dándome uno de los mejores abrazos de bienvenida que he sentido nunca. Totalmente inesperado, de esos abrazos que parten los miedos por la mitad. Miedos tan reales que hasta hace apenas unos segundos me estaban provocando hipoxia. Ella los fustigó severamente.
-"Gor..."- Susurra Carlota mientras aún me abrazaba. - "Te he echado de menos."
-"Me has dado un susto de cojones guarra" -Me sale del alma el comentario.
Se aparta y se ríe. Qué guapa.
-"¿Te has cagado eh?"
-"¿Sabes Paula? Confiaba en que alguna de estas noches volveríamos a vernos, pero de verdad que no espe..."-No puedo seguir diciendo ni una palabra más porque sus labios callan mis cavilaciones en voz alta. Mis torpes intentos de introducción para romper el hielo se ven eclipsados entre sus comisuras. No estaba rompiendo el hielo, lo estaba derritiendo literariamente en mi boca. Mi mente queda en blanco y mi cuerpo empieza a sentir cada palmo de piel que ahora casi hasta sobraba.
-"Joder, no sabes las ganas que tenía de hacer esto."- No recuerdo quién dijo estas palabras; pero cualquiera de los dos podríamos haberlas eyaculado sobre el otro, así como una presión que por fin se libera empapándonos de placer el alma.

Las tripas que hace un rato gemían ahora eran un leve sollozo, la libido actuando sin consultarnos, y qué bien hacía.
-"Vivo a dos calles de aquí, si te apetece podemos comer algo y ponernos al día."
-"Oh..." Suspira Carlota de forma algo irónica y poniéndose una mano en la boca. Sonríe.
-"Citando a Luis Ramiro: suelo apostar el número impar de tus botas."- Le digo.
A lo que Carlota de forma pícara me responde: "No apuestes por mí, pero vente conmigo."
Empezamos a caminar hacia mi casa.
-"¿No te estoy fastidiando ningún plan verdad?"
Pero Paula no responde, no quiere decirme las palabras que yo estoy esperando, quiere que empiece a tener valor, que deje de cuestionarme las cosas y a actuar perplejo a cada paso que doy. Ahí estaba de nuevo, el demonio de la inseguridad rasgándome la nuca. Ese calor tras despertar todas las terminaciones nerviosas provocadas por el miedo.

-"De hecho..."-Comienza a decir Carlota- "podríamos tomar algo por ahí."
No me quería arriesgar a despertarme otra vez en algún hospital por imprudencias así que le sugerí que tenía ron en casa como quién no quiere la cosa y que no hacía falta gastar dinero en otro sitio.
Ya estábamos en mi portal y Carlota accedió a subir.

Una vez arriba, Carlota inspeccionó la sala con la mirada, se trataba de un salón comedor, era espacioso. A la izquierda había un par de sofás puestos en L encarados hacia un hogaril y una televisión no demasiado grande. A la derecha había una encimera con deseos de ser utilizada de cualquier forma. Cerca de la nevera había un cuenco con fresas que atrajo la atención de Carlota.
-"Sí, últimamente compro a menudo. Desde que leí por ahí que te volvían loca." -mentí en parte. No quería decirle que en realidad lo sabía por cierto sueño en que ella me había venido a visitar. Una de las virtudes de que sea incorpórea es que tiene la capacidad de ser evocada en cualquier momento y mente, sin previo aviso.
Estar presente incluso cuando más vulnerable soy. A solas, en mi oscuridad y en mis sueños.
Carlota no sabía qué sentir en ese momento; pero lo que estaba claro es que quería seguir adelante.
-"¿Sabes?"-Añadí-"Podríamos empezar por el postre, dicen que va mejor antes de... bueno, para la digestión..." Me callé, suspiré y centré.
Carlota sonrío. -"Anda, tienes aquí el portátil. ¿Te parece si pongo algo de música mientras sacas las fresas?"


No tardé mucho en preparar un par de cuencos pequeños con fresas cortadas, sirope de chocolate y nata montada por si le apetecía jugar. Además no estábamos solos, nuestro amigo Jack nos acompañó junto con algo de hielo. De fondo suena "Desde que duermes junto a mí" de Marwan. Carlota había puesto una reproducción aleatoria de canciones más o menos relajadas pero calientes para empezar. Una elección interesante porque según la canción de turno podemos ser muy vulnerables el uno del otro. ¿Cuántas veces nos seguiremos rompiendo con los mismos acordes? ¿Llegará el día en que cantaremos sin lágrimas a pesar del pesar de las cicatrices?

Carlota chupa una fresa untada en nata mientras que de su mirada mana fuego. No de ira, que igual también, sino de ese pide a gritos ser sofocado. Yo no puedo evitar sonreír y mi pantalón empieza a abultarse ligeramente.
Carlota no puede evitar empezar a jugar, se descalza, y comienza a rozarme. Primero por los tobillos, luego sube a las rodillas.
De cintura para arriba manteníamos las formas; pero ya empezaba nuestra rebeldía a lucirse a oscuras. Yo no iba a estar en desventaja, así que decidí jugar a su juego también.
No se me daba nada mal deslizarme por su muslo con mi pie descalzo, tan sólo un poco de tela nos separaba. De vez en cuando o ella o yo pegábamos un pequeño bote y el otro se reía.

Apuramos el poco ron que nos quedaba. Decido levantarme a fregar los platos y los vasos. Estando ahora con las manos enjabonadas es cuando Carlota decide atacar, me rodea con sus brazos y antes de que pudiera decir nada me tapa la boca y pasa su mano por mi paquete. Cuando ya prácticamente me tenía ganado opta por hacerme cosquillas rompiéndome los esquemas ligeramente. Con las manos mojadas me giro y la de las muñecas. Ella se zafa ágilmente resbalando sus manos por las mías y echa a correr, voy detrás de ella, no podíamos ir demasiado rápido, porque con calcetines prácticamente estábamos patinando. Antes de que girase hacia el pasillo la agarro y la empujo contra el sofá. Le acaricio la cara con mis manos aún llenas de agua y nos besamos.

Entre risas y caricias de pronto suena "I'm gonna be (500 miles)" de The proclaimers, Carlota salta con ganas de cantar y bailar. Yo no puedo sonreír más. Mientras nos levantamos haciendo un par de gestos de rock le digo que voy a por un poco de vino blanco.
Cuando vuelvo encuentro a Carlota sólo con sujetador y bragas negras. Mis sentidos se expanden un poco más si cabe. Le pego un trago de la botella y se la paso. Ella le da un sorbo mientras me quito la camiseta, los pantalones y los dichosos calcetines. Gritamos al unísono el famoso "taraata, taraata" que se escucha tras el estribillo de la canción. Luego nos desfasamos, uno hace la voz principal y otro el coro.
Todo iba bien hasta que a Carlota se le resbala una lágrima. Hacía tiempo que tenía mucha presión en el pecho reprimida y por primera vez la estaba soltando. El hecho de disfrutar de algo a veces le hacía sentir como que se traicionaba a sí misma. Sentí que el dolor la había ayudado mucho a ser quién era. Asimismo la lágrima vino por dejarse llevar y volver a sentir esa sensación que creía haber dejado atrás hace eones. Le abrazo.

Suena ahora "I remember" de Damien Rice. Carlota se disculpa y le digo que la entiendo perfectamente y que había sido más valiente que yo al mostrarse tal cual porque precisamente yo contaba con una carga parecida. Y, al fin y al cabo ¿Quién no después de tantos desengaños? Después de haber sobrevivido a personas que sin decir palabra sabías que siempre estarían hasta cuando ni tú mismo te dieses cuenta de que las necesitarías... y un día se fueron de nuestras vidas.

Carlota es, hasta la fecha, la serendipia más saudade que me ha atravesado de mente a corazón en toda mi existencia. Y no podía estar más agradecido con ella.
La abracé y guié hasta la cama con la promesa de borrar tanto pasado de su corazón como pudiese. Ayudándola a ella me ayudaba a mí mismo en realidad.

Ambos teníamos octubre muy calado en nuestro interior. Y pese a nuestros intentos nos parecía imposible poder vivir de verdad, como antes de ese maldito otoño. Del mismo modo, cuando llegaba dicha estación se nos ponía cara saudade, la lluvia acompasando nuestras emociones, las hojas caídas, pisadas y rotas eran nuestro reflejo, había cierto toque poético en todo aquello, entrañando un terrible dolor que se pronunciaba a cada latido. Y eso, redundantemente, era lo que lo hacía más hermoso si cabía.

Caminamos hasta mi cama dejando un reguero de sangre. Miro a esos grandes ojos de Paula que ahora yacían cristalinos y con mis pulgares seco sus lágrimas. Damien grita de fondo cada vez más fuerte, expresando su rabia. Nosotros nos dejamos mecer por la rabia en la cama. Uniéndonos, deshaciéndonos paulatinamente el uno sobre el otro.
Nos desnudamos por completo y mientras nos besamos decido llevar mi mano derecha hasta sus labios inferiores. Acaricio en círculos suaves, esperando que se humedezca la zona como señal de que puedo pasar. Mientras tanto mis labios van directos a su faro, ese que tiene tatuado al Oeste de su clavícula. No puedo evitar sentirme atraído por la luz que desprende sin que ella lo sepa. Carlota suspira. Por fin noto la señal de entrada y mi índice y corazón van directos a sus paredes vaginales. Ella me susurra "Más arriba..." Le hago caso sin dudar. Agradezco que haya algo de conversación durante el sexo. Que sin tapujos nos demos indicaciones, que nos expresemos libremente porque al fin y al cabo, lo que queremos es comunicarnos de verdad, sentir que no estamos solos estando con alguien. Ambos somos maestros y discípulos al mismo tiempo.

Saco mi mano y se la ofrezco para que chupe mis dedos. Justo después Carlota sonríe pícaramente y repara en un pañuelo de seda que tenía grabadas unas letras haciendo referencia a unas fiestas de pueblo. Me venda los ojos. Y por primera vez en años la oscuridad me resulta muy cálida y acogedora. Me susurra que espere un segundo. Me quedo tumbado en la cama. Al momento siento que se sienta sobre mi brazo izquierdo para que no pueda moverlo y agarra mi mano derecha, me la lleva a la cabecera de la cama y la inmoviliza con un cinturón. Luego hace lo mismo con la otra. (Y todo por tener la habitación echa un desastre.)
Ahora que estaba a su merced Carlota se dedica a jugar con mi oreja y su lengua. Ha decidido que quiere verme disfrutar también y para ello quería hacerme sufrir. Le digo que aborrezco el dolor, pero ella me tranquiliza diciendo que eso no es lo que me tiene preparado. Y me acaricia la cara. Luego me besa y muerde el labio inferior. Pasa sus manos por mis pezones y su lengua va dejando surcos de saliva por mi torso.
Finalmente se sienta a ahorcajadas y mi pene entra en ella muy despacio... Acerca su cara a la mía y su pelo me hace cosquillas. Opta por quitarme la venda y dejarme gozar del placer de verla. El estímulo visual es bastante importante, a pesar de que en ese momento tenía a todos los sentidos muy alerta. Se empieza a balancear suave al principio. Poco a poco va incrementando el ritmo paulatinamente, no quiere ir directa. De pronto para y se levanta ligeramente y vuelve a bajar, me está masajeando el glande con sus paredes vaginales, haciéndome rabiar, no me permite llegar hasta el fondo.
-"Fóllame."-Atino a decir entre fuertes respiraciones.
Carlota me hace caso, cosa rara en ella, y baja del todo. Nos movemos en círculos pequeños a la vez que nuestras caderas juegan hacia delante y hacia detrás.
De pronto noto como su vagina se ha hecho algo más estrecha, me produce mayor placer, pero es raro. No creo que se trate de que mi pene se haya vuelto más grande. Carlota entera se había hecho un poco más pequeña. Y de pronto reparo en su maldición. Por lo visto ella se hacía cada vez más y más pequeña cuando empieza de nuevo a querer a alguien de verdad. Asimismo yo no me quedaba corto en maldiciones. Podía sentir su cariño en cada palabra que me susurraba y en sus manos cuando me palpaban. Eso despertaba mi maldición: Impedimento para leer y escribir arte. Todo se reduce a una felicidad que no requiere de letras. Porque sólo en la tristeza escribo. Y eso incluye el no poder leer el arte de Carlota, su lenguaje corporal, dejar de leerla es cegarme de verdad, no como cuando tenía los ojos vendados.
Y ahora me encontraba ante una dura decisión, dejarme llevar por Carlota hasta el éxtasis o decirle que se detuviese. Ser egoísta o pensar en cómo se iba a sentir ella.
-"Carlota, espe..."-Pero Carlota rápidamente me interrumpió tapándome la boca con su mano. Sabía que eso me excitaba. No tuve más remedio que correrme de placer sintiendo gratitud y culpabilidad. Luego siguió así unos minutos más sin que yo pudiese hacer nada. Mi pene se mantenía firme pese a haber desalojado tanto placer. Sacó la mano de mi boca para acariciarme los pezones. Ahora sí, un calambre que hasta yo sentí le recorrió todo el cuerpo estremeciendo cada zona de su ser. Un orgasmo nacido del cariño además del propio sexo. Esos son los buenos de verdad.

Se levanta, me quita las ataduras y se tumba a mi lado. Me giro le acaricio la mejilla... y pese a estar infinitamente agradecido por todo el cariño que me estaba aportando la miro a los ojos y le digo en voz baja:
-"No me quieras... ¿Te crees que no me he dado cuenta de que tu maldición se ha activado?"
Carlota me mira perpleja. Luego le cuento acerca de la mía. Y finalmente llegamos a la conclusión de que juntos podremos disfrutar desde nuestros duelos internos nuestra dualidad amor/dolor en armonía. Siendo más vulnerables y más fuertes que nunca al mismo tiempo. Carlota vuelve a crecer, nos fundimos en un abrazo, y por fin, sentimos que nos hemos encontrado de verdad. Después de tanto buscarnos. Ya hallaríamos la manera algún día de romper nuestras maldiciones.
Lo que acabábamos de hacer era más que un polvo lírico. Hemos hecho algo eterno que dará a luz a un sinfín de primeras veces, puesto que podremos leerlo siempre que queramos y revivir todo tal cual lo sentimos en ese momento en aquella cama.

Nos quedamos dormidos.


Parpadeo y veo que me encuentro de pie delante de Carlota. Ella está de espaldas caminando con aire garboso. Lo cierto de todo es que en el momento en que vi a aquella mujer caminando, le acaricié el hombro y mi saludo fue:
-"¿Carlota?"
Y una mujer volteó la cabeza. Se bajó ligeramente unas gafas de sol negras con bordes blancos y me penetró unos segundos con la mirada. Muy fríamente y casi sin pestañear me acusó en un tono algo elevado:
-"¿A qué juegas?"
Definitivamente no era ella. ¿Cómo iba a serlo si vivimos a miles de kilómetros? Anda que no me gusta a mí soñar despierto ni nada...
-"Perdona..."- Atiné a disculpar.
-"Perturbado..."- Murmuraba mientras se alejaba el culo más inspirador que hasta la fecha se había topado con mi cara.

Entonces me vinieron unas palabras de cierta amiga llamada Paula a la cabeza que citaban así:"Llamo al espejo buzón porque siempre está vacío"
Y sólo se me ocurre pensar que si esa chica que me acababa de llamar perturbado en lugar de "Gor" me hubiera dado la oportunidad de expresarme, le habría dicho que quizá se hubiera sentido reflejada en todo esto que en realidad no ha pasado. Que quizás su esencia no sea sólo vacuidad, que quizá esté hecha de arte y que no se ve para todos igual; pero que seguro que no deja indiferente a nadie. Es más, quizás ese vacío es un todo que cada uno puede rellenar como guste. Quizás ese todo sea tu verdadera esencia haciendo destacar la mejor cualidad de cada ser. ¿Quién sino alguien como Paula me podría devolver la confianza entre letras y la motivación suficiente como para llevar a cabo un polvo lírico de esta magnitud? ¿Quién?

Lamento desilusionar a Carlota; pero su inexistencia es una razón más para que yo quiera seguir existiendo. Doy las gracias a Paula por haber creado a Carlota y tan valiosa lección de vida: existir le pese a quien le pese.


By Gor.