martes, 6 de julio de 2010

Alicia, mi pequeña gran banana.

“A Alicia María Pérez Castán hija de Arturo Pérez y María Castán, escritora en potencia, buena hija, mejor amiga: Te echaré de menos pequeña gran banana.
José Cortés 10/09/07”


Esto fue lo penúltimo que leí acerca de ella, lo dicté poco después de que ella nos dejase.

Alicia nació un 7 de junio de 1990 en la ciudad de Huesca, España.

Ya desde pequeña poseía inquietudes artísticas que poco a poco fuimos compartiendo a lo largo de nuestras vidas. Intercambiábamos dibujos, libros infantiles y tiernas miradas.

Desde pequeños fuimos aprendiendo juntos: ella de mí y yo de ella.
Amigos inseparables.

Mientras su madre se preocupaba de su importante negocio en una empresa de marketing y su padre trabajaba como camionero: transportando mercancías y ausentándose durante días por ello; Nosotros aprovechábamos para eludirnos del mundo y crecer ajenos a las preocupaciones de nuestros padres.

Soñábamos con ser famosos, jugábamos a firmar ejemplares de libros que escribíamos y hacíamos las veces de comprador y vendedor de preciosas obras de arte que en realidad sólo eran garabatos en un folio. Bromeábamos llamándonos “pequeña gran Banana”, y “Gran tomatito colorao” mientras tomábamos la merienda…

De vez en cuando ella lloraba y yo no entendía del todo porqué, simplemente me abrazaba, como si quisiera sentir mi cariño. Y luego seguía jugando y ofreciéndome su sonrisa.

Aquello no duró eternamente. Conforme fuimos creciendo y madurando empezaron los problemas a manifestarse ante nosotros.

Con 15 años de edad Alicia se quedaba huérfana de madre. Un accidente de tráfico de camino a su importante empresa dejó a María en el hospital durante dos semanas hasta que finalmente falleció.
Alicia estuvo llorando durante semanas…
Me encontraba realmente triste y trataba de consolarla y de hacerla reír, alguna vez que otra lo conseguía.

Los problemas no disminuyeron cuando su padre empezó a desaparecer durante más tiempo y los pocos días que permanecía en casa había cogido el hábito de irse a beber al Límites, un bar que no cerraba hasta el amanecer.

Ella me contaba que alguna vez le había dado algún empujón o alguna bofetada porque no había recogido toda la ropa o porque no se encontraba el desayuno en casa cuando volvía de su horario nocturno. El olor a alcohol se le quedó grabado a fuego a Alicia a base de golpes.

Sólo era una niña y tuvo que madurar a la fuerza. Me pidió que le guardara el secreto. Me lo contó porque una vez la pillé con moratones en su espalda. Ella alegaba que su padre lo estaba pasando mal y que podía soportar que a veces estuviera decaído. Mi amiga se esforzaba por seguir cuidando de él. Al fin y al cabo era su padre.

Una mañana después de una semana sin vernos ella vino a casa. Había pasado un año desde el primer incidente con su padre.

Decidí que podíamos volver a jugar cómo cuando éramos más niños, a retratarnos. Así cuando uno de los dos se sintiera sólo y el otro no estuviera ahí para animarle podría mirar el cuadro y acordarse de la relación que mantenían tan especial. Dado que ambos íbamos a ir el curso siguiente a realizar el bachiller artístico en la escuela de arte de Huesca ella aceptó sonriente y lo considero una buena manera de despejarse, la notaba algo triste pero no acababa de saber qué pasaba ahora. Le serví café y comencé a pintar…

Entonces fue cuando vi unos moratones en sus piernas, y ella al final, tras varias preguntas insistentes y un par de tazas de café, me contó que su padre había perdido el empleo, y que hacía unas pocas noches había llegado a casa de madrugada culpándola de la muerte de su madre y del error que cometió al tenerla como hija. Acabó por pegarle un empujón con tan mala suerte de que Alicia se dio con el canto de una mesa.

A pesar de mi frustración e impotencia, no podía hacer nada salvo intentar animarla…
Una vez nos relajamos decidí regalarle una pulsera dado que sólo faltaba un día para su cumpleaños y no podía esperar más, ella la acepto sonriente. Segundos más tarde opté por acabar de pintar el cuadro que había empezado horas antes.

Una semana después Alicia fallecía a los 16 años de edad, un 15 de junio de 2007. En el periódico de Huesca dijeron que se había caído por la escalera en un trágico accidente, pero yo sabía la verdad. Sentí que el mundo se desvanecía ante mí.

Unos meses después tuve noticias de ella, una carta. Por lo visto se había extraviado en el correo y un buen cartero se la encontró en el suelo, pocos días después del entierro de Alicia.

“José, me tengo que ir de esta ciudad, no puedo aguantar más aquí. Necesito dejarlo todo y empezar de nuevo. Mi padre me da mucho miedo. Sé fuerte. Un día nos volveremos a encontrar y nos reiremos juntos de todo esto. No puedo decirte a dónde voy, sé que él iría a por ti y quiero que estés a salvo. Te mantendré informado.
Cuídate mucho, te quiero.

De parte de tú pequeña gran banana.

PD: Dentro de unos años quiero ver tus escritos publicados mi gran tomatito colorao. Besos”

Y esto sí fue lo último que leí acerca de ella.




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Éste relato ha surgio a partir del primer juego literario de Novelia. Al final acabó haciéndose más largo de lo que pensé en un principio... Posiblemente esté lejos de conseguir lo que me pedían pero al menos me he divertido escribiendo algo minimamente serio.

Me inspiran...


Por Elghor, redescubriéndome.

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