domingo, 25 de diciembre de 2011

Escapando de la Gigante Roja II


—Buena suerte. John, Katie, Paul —los nombró uno a uno reposando su mirada en cada uno de ellos—. Tened cuidado, como ya sabéis tenéis todo lo que necesitáis en el ala oeste de la nave. Nos mantendremos en contacto.
Y con estas palabras de despedida por parte de Leonard, los tres tripulantes se introdujeron en la nave.

—Prácticamente es enviarlos a una muerte segura, no podrán hablar con la Tierra una vez hayan cruzado —dictaminó Eric una vez más, en voz baja y con un tono tembloroso.
—Las cartas están echadas, ya es demasiado tarde, además, son expertos, pueden hacer aterrizar una nave… no te preocupes —trató de tranquilizarlo el profesor.
—Eso espero —respondió su más prometedor alumno.
<<Eso espero>> Pensó para sí.

Millones de milenios más tarde entre los restos fósiles de un mamut adulto se hallaba un extraño artefacto con forma de huevo, cadáveres humanos y restos de piezas de una aleación poco común.

<<Qué raro>> Pensó Diana, una chica de pelo castaño claro que lucía una gorra blanca, una camisa de tirantes de color verde turquesa y unos vaqueros que tapaban una parte de sus botas de montaña marrones.

No sabía si llamar a Eric su antiguo novio con el que ahora mantenía una relación de pura amistad o si dejarlo en manos de sus superiores. Al final optó por la primera opción.

Hacía tanto sol que decidió hacerse una coleta antes de desenterrar nada más. Sacó su pincel, un martillo y un cincel del estuche y empezó el cuidadoso trabajo de extracción.

Unos días más tarde un pesado paquete cuyo remitente era Diana llegaba al piso de Eric. En su interior se encontraba un extraño huevo metálico, dos pares de dentaduras (lo que quedaba de ellas), y un trozo de metal oxidado.

Eric examinó el hallazgo que su amiga le había enviado con detenimiento. Optó por mostrárselo a Charles, un hombre cuyo pelo canoso empezaba a trepar por su oscura cabellera, un aspecto algo huesudo pero sano. Se trataba de su profesor de ciencias. Un hombre muy cultivado.

—E-404… qué curioso, parecía imposible que… ¡oh!... fascinante... —farfullaba Charles mientras sostenía en su laboratorio el extraño huevo.
— ¿De qué se trata profesor? —preguntó con mucha curiosidad Eric.
— No te sabría decir con exactitud pero me parece que esto es tecnología de nuestro tiempo —conjeturó Charles.
—¿De nuestro tiempo? —Eric se había quedado atónito—pero eso es imposible…
—Yo también estoy sorprendido hijo, seguro que dentro de este artefacto hay algo importante, tenemos que descubrir qué es y cómo ha llegado hasta aquí.

Un mes más tarde encontraron la forma de abrir el Huevo E-404.
<<Imposible, todo era cierto, todas mis suposiciones… >> Charles estaba realmente fascinado. Tenía un gran poder en sus manos. Toda la información de lo que ocurrió hace millones y millones de años.

—Qué raro…
—¿Qué ocurre profesor?
—Según los últimos datos de estos informes dice que tres tripulantes subieron a la nave.
—¿Tres? De tal forma que uno de ellos está por ahí fuera, en algún lado vagando…
—Exactamente hijo. Pero además hay algo más, un código ilegible para mí. Quizás tú puedas descifrarlo.
— ¡Qué honor profesor!

Eric se encerró en su estudio y se puso a examinar ese trozo de código durante unos días.

—Sorprendente —se decía para sí mismo Eric en voz baja.
Había dado con algo en lo que él mismo estuvo trabajando años atrás, un código que sólo él conocía y podía desencriptar. Pero eso ya era más que imposible. Él jamás había llegado a usar su código secreto y tampoco había visto nunca ese extraño huevo. Todo parecía indicar una verdad de la que no estaba seguro poder aceptar.

<<Todo se está repitiendo una y otra vez>>

Según sus conjeturas el universo debía de nacer en un momento dado y expandirse cada vez más y más hasta llegar al nivel de entropía cero del mismo. Es decir, ausencia total de movimiento molecular, un orden perfecto, perfecto y muerto. Un equilibrio eterno.

No pudo resistirse a contar sus hallazgos al profesor Harlan.
Charles no se sorprendió al escuchar las palabras de su discípulo, ya se lo olía. Le propuso una explicación ante tal evento:
—Imagina una onda estacionaria. Una línea que es curva, estable con el mismo período y amplitud de onda.
—Sí —asintió Eric mientras visualizaba en su mente a dos niñas con una cuerda agitada por una de ellas hacía arriba y hacia abajo.
—Ahora supón que una partícula que hiciera las veces de cada uno de los nodos de la onda se metiera a través de una sábana denominada Tiempo y de otra que está debajo de ella denominada Espacio. Y a posteriori volviera a salir al cabo de un cierto período.
— ¿Me estás tratando de explicar que esa partícula de la onda es capaz de rasgar el tejido espacio-tiempo cada X tiempo y que a raíz de dicho fenómeno se crea un universo?
—Veo que te he enseñado bien —Charles sonrío y Eric por acto reflejo también.
—Precisamente todo ocurre exactamente igual en cada universo. Eso tiene que ver con que la onda es exactamente la misma, por eso la dispersión del espacio es idéntica en todos los universos que se crearon. Y estoy seguro de ello porque de otra forma no habría podido acabar la nave en la Tierra. La probabilidad de que haya sido algo causal es mínima por no decir nula. Además de que en los informes constan el mismo número de planetas en su galaxia y con la misma distancia. No cabe duda. Como si una gota de agua cayera periódicamente en el espacio del lago.
—Pero… ¿qué hay del ser humano? Él sí puede cambiarlo todo. Estos dos tripulantes y el tercero que aún desconocemos nos han demostrado que han ocurrido cosas diferentes. La guerra del siglo XXIII la ganó el general Leng y no Hee. La dictadura de…
—Menudo universo, todo era tan diferente entonces… —le cortó Charles—técnicamente las neuronas, así como los planetas, están predestinados a ir a un sitio en concreto en un tiempo determinado pero si una idea o información que no debería existir entra en la mente de una persona todo puede cambiar. 

Por Elghor

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