domingo, 18 de octubre de 2009

Parpadeos



Parpadeé, y seguí hablando con los amigos. Caminamos un rato y de repente me di cuenta de que iba descalzo, recordé que me había dejado las zapatillas en casa así que me separé de ellos y les dije que me esperasen que iba un segundo a calzarme, dijeron algo entre susurros que yo interprete como un: “De acuerdo, ¡Nos vemos!”

Mis pies iban solos, como conociendo el camino, después de tantas veces que lo había recorrido, no era de extrañar que lo hicieran.
Cuando conseguí encontrar mi casa, quise abrir pero no lograba adivinar dónde estaban mis llaves, traté de recordar el momento en el que las debí sacar de mi pantalón. Ahora lo recuerdo, estaba en casa, y ahí estaban mis llaves, encima de la mesita de noche, y llevaba puestas las zapatillas. Comencé a bajar las escaleras de mi casa, y esta vez, no cerré la puerta con llave.
Volví al sitio dónde había quedado con los amigos, pero no recordaba bien dónde era, había una fuente… Sí había una fuente y al lado un banco. No hay muchas pistas pero creo que podré encontrar el lugar.
Nada… ni rastro de ellos ni de ese lugar… Parpadeé deprisa y me encontré con esa extraña casa que se hallaba al final de la calle, que rara era, no había ningún edificio a su alrededor, sobre ella se alzaba una media luna cubierta parcialmente por unas oscuras nubes. Decidí entrar en aquella casa, no sé el porqué, tenía la extraña sensación de que sabía lo que estaba haciendo en esa casa, pero no lograba recordar qué era. De pronto, una mujer de avanzada edad, con algunos kilos de más, y verrugas por su cara, empezó a acercarse a mi, mientras con su lengua de serpiente pronunciaba unas palabras, de las cuales, nada entendí. No sabía en que idioma hablaba, no vocalizaba. No obstante, no parecía muy amigable, me invadió un escalofriante miedo, cuando se estaba aproximando, parpadeé de nuevo, pero esta vez con mucha más rapidez.
Mmm… La ciudad, es de noche, siento su frescor, aún así, hay algo raro, hay algo especial, el aire estaba algo denso, como cargado de algún tipo de gas. Decidí que quizás podría ver la ciudad desde arriba como lo había hecho otras veces. Dí tres pasos hacia delante, pero el tercer paso ya no estaba tocando el suelo, ahora tenía que nadar, nadar sobre el aire. De esta manera poco a poco fui ganando altura, para luego poder planear y ver la ciudad desde el aire. Era algo maravilloso, a pesar de que las calles estuviesen sólo cubiertas de farolas, la paz que reinaba en ese momento era digna de sentir.
Decidí que quería ver más, mucho más, subí más alto, más alto aún, mucho más, y entonces sólo entonces, bajé en picado, para ganar velocidad, sentir el viento en mi cara, y planear por encima de lo que ahora eran unos verdes prados. El sol brillaba fuerte en lo alto del cielo, parecía que su calor lo estuviese sintiendo en mi interior, tenía fuerza, vitalidad, energía, muchas ganas de ver, de descubrir, de sentir, llegué a un precipicio, y no dudé en bajarlo a ras, hasta alcanzar esas rocas contra las que las olas chocaban…
Sin querer mientras bajaba, la velocidad fue cada vez mayor, esas diminutas rocas cada vez se hacían más grandes, y esta vez era como si ya no pudiese planear, ya no pudiese elevarme, seguía cayendo sin parar, pero… tenía que salir de esta, sabía que este no era mi fin, no obstante, se hizo la oscuridad.
Una luz azulada, luego una verde, más tarde aparecían sombras, no sabría decir qué o quienes las proyectaban. Algo blanco, amarillo, y… personajes de Disney. Por supuesto, se trata de mi guardería, dejo de columpiarme y me acerco a ese timbre redondo de color negro, pero antes me detengo a mirar la pared, qué bonita, me encantan esos dibujos, parecen tan reales, ¡Ojalá estuviera en Disney Land París!
Toco el timbre, una vez, y otra, y otra, y otra vez más, hasta que me cogen en brazos.
Todo se desvanece, de nuevo ese túnel oscuro. Algo blanco otra vez, muy grande, algo brillante, son nubes, nubes de algodón, muy suaves, pero lo suficientemente resistentes como para que me sostengan, una ciudad flotante se erige ante mi padre y ante mí, él está a mi derecha mostrándome las posibilidades de ése mágico lugar, en él los niños vuelan, lanzan fuego y hielo de sus manos, son felices, despreocupados, y los adultos están en algún otro lado.
Me acerqué a ellos, pero yo no podía volar, no podía hacer eso del hielo… ni esas cosas mágicas que ellos hacían. No puedo entrar en ese lugar, no soy como ellos, no me dejan entrar, me dicen que me vaya… No me importa, aprenderé por mi cuenta, no les necesito, hay más gente en el mundo que seguro que será mucho menos egoísta y más buena que ellos.
Parpadeé varias veces, y allí estaba de nuevo, paseando por la calle cerca de una fuente y un banco en el cual estaba sentada mi ex, de pronto me veía, y se largaba, ya no me importaba tampoco, porque me refugiaba con mis amigos que ahí estaban al lado mío charlando y riendo de no sé qué temas. Recuerdo que estábamos jugando y baje por una rampa para coger un balón. No era una simple rampa, era una salida de un garaje, y, justo me dio por pensar que, si no me daba prisa, algún coche saldría y me atropellaría, quise subir la cuesta, pero ésta era muy empinada, mis músculos respondían con lentitud, y el coche pasó sobre mí. Todo se desvaneció, y de repente mis amigos se volvieron a aparecer delante de mí, yo les hablaba pero ellos parecían no verme. Al sentirme ignorado, me fui, pero al momento me llamaban, y me preguntaban: ¿Dónde has estado? De alguna forma seguí manteniendo conversación con ellos, seguí riéndome. Y al cabo de un rato, rato en el que sin querer había cerrado los ojos, me encontraba sólo.
Pero no era una soledad amarga, tenía la sensación de que había quedado con alguien. Así era, mientras estaba mirando en rededor, observando los árboles en flor y sintiendo el calor de aquella suave bola luminosa, llego ella. No sabía bien como empezar a hablar, pero fue ella quién empezó. Después de un poco de conversación decide lanzarse, y, tras intercambiar nostálgicos pero cortos besos: la aparto, le digo que no, que esto ya pasó y que no salió bien. Que no hay vuelta atrás que ya no… que ya no confiaba en ella. Así pues, lo acepta y se va. Yo parpadeo y todo se desvanece de nuevo.


Por Elghor, por los sueños, tanto los lúcidos como los del porvenir.

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