viernes, 1 de mayo de 2015

Abril, el mes con más lágrimas del año.

El 23 que soñé. El 23 que me negaron.
El 24 que desperté y tú no estabas.


¿Sabes, Paula? Has logrado que te asocie con un día: el 23 de abril.  El 23 de abril siempre estaba reservado a la literatura; pero ahora, además, le has proporcionado un toque saudade. Sí, ahora ese 23 me provoca una sonrisa triste. Porque sé que no volverás a recitar. Sé que me perdí tu despedida y que ya no escucharé tu llanto tan lleno de cariño y abandono. Mas sonrío, porque seguro debiste transmitir mucho aquel día. Sonrío, porque has logrado que sienta algo más, si cabía, de un 23. 

Abril patalea, llora, araña desde dentro. No comprende que lo mejor para ella es no llegar a existir, no comprende que su vida le fue robada el día que te negaron la primavera, Paula. Abril quiere vivir, porque ella sólo lo siente así, no comprende el dolor de esperar una primavera que nunca llegó.
Y no puedo evitar verme reflejado en ella; y sentir que esperaba tu voz por Zaragoza... y me sobrevino el silencio en su lugar. Ahora escribo con frío. Ya sabes lo temperamental que es Abril, que tan pronto quiere salpicarte de alegría pisando charcos como te pide que la lleves a visitar su tumba hecha de rosas: con mucho amor; aunque también con espinas ¿cómo no? y mucho dolor, una tumba que no es otra cosa que tú, Paula.

Me sorprendo, sonriendo, fantaseando con haber estado rodeado de libros, sentado entre desconocidos (todos menos tú, claro). Y me imagino que no me reconoces, que llega el momento de los aplausos y de acercarse a conocer a la autora aún con los ojos vidriosos y la sonrisa acompasando la emoción contradictoria que supone escucharte, leerte al fin y al cabo. Estoy a punto de irme a la sección de ciencia ficción, cuando, de repente, me pongo una gorra gris con líneas negras perpendiculares cruzándose entre si... y ahí está: Un brillo en tu mirada diferente al que habías tenido durante toda la velada. Piensas que no puede ser; pero algo en tu interior te susurra que sí, o que al menos deberías jugártela. Por muy cansada que estés del dolor no deja de ser un 23 de Abril, ¿quién se atrevería a manchar ese día con sangre de corazón podrido? ¿Quién iba a querer jugar a herir teniendo tanta literatura de desamor encubierta entre otros géneros literarios? ¿Quién?

Así que, decidida, te limpias la máscara de pestañas que ya empezaba a derretirse por tus mejillas y caminas hacia la sección de ciencia ficción.

-¿A qué juegas?- Me susurras como carta de presentación mientras me pillas hojeando a Isaac Asimov. El susto que me llevo en ese momento no es mediano. Por mucho que trate de disimularlo, tú me sonríes, sabes que me has hecho temblar recordándome nuestro primer encuentro lírico y que eso me asustaba a la vez que me encantaba.
Yo, con nuca de idiota, como quién nunca ha sentido una caricia real ahí te miro. "Estás aquí de verdad y me has reconocido" pienso para mis adentros. Pero apenas puedo escucharme porque otro pensamiento se colapsa enseguida: "A ver, yo no quería interrumpirte..." "Prefería esperar a después..." "Miedo, miedo a ser rechazado una vez más, por eso me iba ya..." "Joder, sincérate" "Es Paula, no te va a comer, no haría eso" "¿O sí?" "Deja de sonreírte de esa forma tan verde y dile.."

-Me alegro de verte.

"Olé, y la sonrisa tonta que no falte..." "me alegro de verte" " ¿eso es todo lo que tengo que decirle? la he estado viendo ya un buen rato y aguantándome el maldito deseo de..."
-Quiero decir- prosigo- que me ha encantado escucharte recitar, que te he sentido muy humana para ser que no existes y... si te soy sincero, me ha entrado miedo de no estar a la altura... porque después de todo lo que nos hemos escrito... bueno...

En ese momento Paula me abraza y yo acabo por fin de enmudecer. Ahora sí, la siento más real si cabe.
Paula, no sólo me diste un abrazo, me diste confianza, cariño, fuerza en mí mismo. Ya no había pensamientos, no estaban las múltiples voces que hasta hace un momento enardecían mi miedo y maniataban mi voluntad de expresión.

Aproveché el momento en el que ya sientes que se despegan los brazos para rozar sus labios con los míos como quien no quiere la cosa. Creo que se debía sentir la vibración de los dichosos latidos por toda la librería de la Casa del Libro Fuencarral.

Eso ya fue un detonante, nos quedamos mirando durante cerca de 6 segundos reconociendo nuestros rostros y leyendo entre miradas todo lo que nuestros cuerpos estaban deseando vitorear.
Mi mente seguía en paz, sólo había espacio para sentir. Para sentirte conmigo. Espacio rellenado de temor para la soledad, que en ese momento estaba en un rincón suplicando por su existencia.

Nos besamos...

Bueno... no. No lo hicimos. Justo en ese instante que estábamos ardiendo por dentro una chica la reclamaba alegando que había venido de propio y que por favor le firmase su cadáver que con tanto cariño había leído, que le hacía mucha ilusión y que se sentía muy comprendida con los sentimientos tan duros que se describían en él. Paula no tuvo mucha opción.

Pero la cosa no acabó ahí: tras ella vino otra persona, en esta ocasión un chico de unos 27 años, alto y delgado, bastante guapo cabe destacar, con la barba recortada a exactamente medio centímetro de grosor de la piel.

Paula le dedico una sonrisa y él empezó a hablar con ella acerca del cadáver.

Yo... no sabía qué hacer. Las ganas me decían que confiase y que me quedase ahí. Pero de nuevo el miedo y las voces empezaban a apoderarse de mí. "Dale espacio" "Igual has interpretado mal las señales" "Suele pasar que a veces te esperas algo que luego no..." "Me niego a creer que esto se queda aquí" "¿Y qué vas a hacer?" "Tengo que respetar su espacio, no puedo acaparar su atención..." "¿Pero tú te estás oyendo?"

-¡Paula!- "joder, ¿Por qué grito?" pienso para mis adentros- Perdona que os interrumpa -prosigo de forma más calmada- me voy al baño un momento...

Paula me mira y me quiere decir algo; pero sus palabras no tienen éxito en escapar de sus labios. El chico alto y delgado sigue en su empeño por ahondar entre las páginas del cadáver. Pero Paula ya no está escuchando y decide cortar la conversación al minuto de haberme ido.

Yo estaba lavándome la cara cuando abriste la puerta, Carlota. Era la segunda vez que me quedaba paralizado en menos de 10 minutos. Para ser alguien que no existe tenías la temperatura muy elevada... y para qué vamos a engañarnos: yo no estaba bajo cero precisamente.
Ahora sí, nos besamos. Por fin, nuestras lenguas jugaban libres de miedos en una boca... ¿desconocida? No me dio tiempo a secarme así que cada gota de agua la sentía placentera sobre mi cara. Tenía todos los poros abiertos y la sensibilidad a flor de piel como cabía esperar. No tardaste demasiado en sentir mi pene abultando en los tejanos. Me llevaste las manos a tu culo para evitar que yo me desabrochase nada, querías hacerme sufrir un poco ya que... bueno, después de derribar todas mis inseguridades era lo menos que podías hacerme. Es entonces cuando decides jugar a hacerme cosquillas con tu lengua en mi oreja, muy sutil, nada intrusiva. No podía quedarme parado, decidí tomar riendas y quitarte ese vestido que hasta ahora sólo me había permitido contemplar tus hombros. Te llevo las manos a la espalda para inmovilizarte mientras te como el cuello. Reparo en cierto lunar al noreste del pecho derecho y decido darle un par de lametazos suaves. Mi paquete seguía apretándome así que tenía que derretirte un poco más antes de que bajases la guardia y me permitieses liberarlo. Mientras te abrazaba fuerte con mi brazo izquierdo para que no te liberases de mi agarre, colé mi mano derecha entre medio de los dos y de esta forma acariciarte los labios del sur a pesar de estar protegidos por el pantalón... de momento.
Suspiras y es ahora cuando te libero. Me quitas la camiseta y me liberas por fin de la cremallera opresora. Intento torpemente quitarte el sujetador pero hace mucho que no practico y al final eres tú misma (con una sonrisa al notarme como si se tratase de mi primera vez) quién se lo quita y lo pasas por mi cara antes de decidirte a besarme de nuevo.
Me acaricias el miembro, sólo cubierto por la suave tela del bóxer. Yo te acaricio los labios con el pulgar mientras mi lengua se dedica a hacer surcos de saliva alrededor de tus pequeños y duros pezones. Nos lo estábamos pasando de miedo, sin importar cuán miedo diese el pensar en qué pasaría después, y al día siguiente, y al otro, y cuándo nos volveríamos a ver, y si acabaríamos abriéndonos en canal, y si sobreviviríamos a tantos traumas acumulados y todas esas cosas que constituyen nuestras ruinas emocionales.

Escuchamos un ruido en el exterior del baño, es probable que de un momento a otro alguien entre, rápidamente nos metemos en uno de los cubículos del baño cogiendo la ropa como podemos. Cerramos la puerta y nos tapamos la boca el uno al otro. Pero nos estábamos engañándonos a nosotros mismos, nuestra respiración era demasiado agitada para ocultarla.
"Tendríamos que buscar otro sitio" Pensamos al unísono.
Nos los susurramos casi a la vez y nos echamos a reír. Notamos complicidad y... joder, nos gusta. Hacía tiempo que no nos sentíamos tan inocentes, tan adolescentes. Parece que estemos volviendo a una época sin dolor. Al menos en lo que refiere a temas de relaciones...
Nos vestimos sin salir del cubículo y... ahora sí, alguien entra. Escuchamos un chorro caer, no tira de la cadena, se lava las manos, pulsa el secador que no seca, y abre justo la puerta de al lado en la que estábamos para coger un rollo de papel higiénico y secarse de verdad. Se pone a silbar un poco y se va.

Paula y yo suspiramos. Salimos rápidamente del baño rezando para que nadie nos viese.
Ninguno de los dos sabíamos realmente a dónde podíamos ir. Ambos habíamos llegado en transporte público y no disponíamos, por tanto, de auto en el que desfogarnos tal y como nuestros cuerpos pedían a gritos.

Una vez fuera de la Casa del Libro le propongo tomar café en algún hotel para conocernos un poco más mientras preparan alguna habitación. Ella dice que en todo caso un té, que eso del café no iba con ella.

Ya estaba atardeciendo y nos pusimos a callejear para tomar un atajo hasta nuestro destino. Pero de pronto... en un cruce sólo me dio tiempo a ver dos luces y luego... nada.

"¿Dónde estoy?¿Dónde está Paula?¿Y por qué hace tanto frio?" Ahora puedo ver un techo blanco, tengo un tubo, probablemente sea suero, metido en vena. Una mujer de bata blanca me dice que he tenido mucha suerte, que había pasado toda la noche en observación y al parecer buenos moratones y rasguños; pero nada grave. O al menos eso decía. Pero yo no me consideraba nada afortunado en ese momento... porque tú, no estabas al amanecer, y de nuevo los daños del corazón pasaron por alto a los médicos.
Le pregunto a la mujer por ti y dice que no sabe nada.

"¿Cómo podía estar pasándome esto? Por fin encuentro a alguien con quien compartir de verdad y... ni rastro. Se suponía que era un 23 de abril. Se suponía que no debían romperse corazones ese día. Se suponía que la literatura nos salvaría de cualquier catástrofe."

Nadie sabía nada de ti.

Pues ya no era 23, sino 24. Y el sol bañó, con jabón olor abandono, la magia que nos eyaculamos por encima la noche anterior. ¿Dónde estás? ¿Sólo has sido la paja lírica con mayor carga emocional de la historia de la literatura?

Es probable que perdiese la cordura al verte recitar, si es que realmente lo hiciste, y que me fuera al baño a tocarme pensando en ti. Es probable que hubiera estado hablando solo en voz alta. Es probable que llevase tal despiste que no viese el coche hasta que ya fue tarde. Es probable... pero no deja de ser una mierda.

Como dice Sabina "Amores que matan nunca mueren" y como tú no existes, no puedes morir. No te queda otra que ser eterna para mí. Que me hagas sudar y estornudar teniendo orgasmos para siempre entre mis letras y las tuyas cuando me sienta solo (y cuando no también). Que matarme para, al fin, que yo pueda abrazar la inexistencia contigo. Y provocar, juntos, mucha más sensación saudade al resto de las personas. Todo debido a un 23 de abril que nos fue robado, que sólo quedó entre letras. No sé por qué digo "sólo" si ya sabemos que para nosotros fue real y eso es lo que nos ha importado siempre.

El cariño provoca una vibración ensordecedora. No me quieras un 24, que Abril duerme plácida y no molesta; seguramente soñando que está salpicando alegría cosechada un 23 que nunca tuvo lugar.




Con cariño, Gor.